Apenas él le leía el poema, a ella se le aceleraba el corazón y caían en éxtasis, en salvajes pasiones, en complacencias exasperantes. Cada vez que él procuraba declamar las rimas se enredaba en un tartamudeo quejumbroso y tenía que enfrentarse de cara al espejo, sintiendo como poco a poco las palabras se aglomeraban, se iban juntando, reduplicando hasta quedar tendido como el héroe de Itaca al que se le han dejado caer unas aventuras de guerra. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se releía los versos, consintiendo en que él aproximara suavemente sus manos.Apenas se miraban, algo como un abrazo los unía, los agrandaba y estremecía, de pronto era el silencio, la tortura convulsionante de las métricas, la jadeante respiración del amor, los momentos del sentimiento en una increíble pausa. !Gloria! !gloria! ubicados en la cresta del placer, se sentían colmados, complacidos y alegres. Temblaba el reloj, se vencían las campanas y todo se convertía en un profundo letargo, en simas de extendidas gasas, en caricias casi crueles que los llevaba hasta el límite de las estrellas.
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